Satélite



Astro que orbita en torno a un planeta o, incluso, de un asteroide. Actualmente se conocen 197 satélites planetarios, agrupados de la siguiente manera: La Tierra, 1; Marte, 2; Júpiter, 79; Saturno, 65; Urano, 27; Neptuno, 14; Plutón, 5; Haumea, 2; Makemake, 1, y Eris, 1.

A ellos hay que sumar los de numerosos asteroides, entre los cuales son reseñables Ida (de nombre Dáctilo), Silvia (dos, Rómulo y Remo), Calíope (Linus), Eugenia (Petit Prince) o el del troyano Patroclo (Menecio), todos ellos descubiertos hace poco, aunque la lista es bastante más larga al existir muchos más, tanto en el Cinturón Principal como en otros grupos como los troyanos, los Apolo o los transneptunianos. En algunos casos, como en el del asteroide Antíope, sería más propio hablar de cuerpos dobles, puesto que ambos son de similar tamaño.

Los nombres asignados a los satélites suelen estar relacionados -aunque no siempre- con los dioses titulares de sus planetas respectivos. Así, los dos satélites de Marte, Fobos y Deimos, corresponden a las deidades simbólicas griegas Pánico y Terror, compañeras inseparables del dios de la guerra. Los de Júpiter fueron bautizados en su mayoría con nombres de amantes del rey del Olimpo. Los de Saturno recibieron en un principio nombres de titanes y de sus descendientes por estar vinculadas estas deidades al ciclo mitológico de Cronos-Saturno con la excepción de Jano y Pan, ajenos al mismo; aunque la tradición se mantiene para los nuevos satélites interiores, para los satélites exteriores descubiertos a partir del año 2000 se han elegido nombres de dioses pertenecientes a mitologías exóticas tales como la inuit -o esquimal-, la germánico-nórdica y la celta -será por lo de la corrección política, supongo-, asignando a cada una de ellas los satélites pertenecientes a las diferentes familias orbitales.

Los satélites de Neptuno recuerdan a distintas divinidades acuáticas, y los cinco de Plutón a las deidades del infierno greco-romano: Caronte era el barquero que cruzaba a las almas de los muertos por la laguna Estigia, Nix simbolizaba la oscuridad, Cerbero era el perro monstruoso de tres cabezas que custodiaba la entrada del Hades e Hidra era una serpiente de nueve cabezas que protegía las puertas del infierno. Los extraños nombres de los dos satélites del recién catalogado planeta enano Haumea, Hi’iaka y Namaka, proceden, al igual que el de su astro principal, de la antigua mitología hawaiana. Disnomia, el satélite de Eris, toma su nombre de la hija de la diosa de la discordia que era la encarnación de la ilegalidad.

Urano es el único planeta que incumplió esta regla desde el principio, al ostentar sus satélites nombres tomados de las obras de William Shakespeare y su continuador Alexander Pope, quizá debido a que su descubridor fue el astrónomo inglés William Herschel, que también descubrió y bautizó a sus dos principales satélites, Titania y Oberón.

Aunque el tamaño de los satélites es muy variado, tan sólo unos pocos de ellos pueden ser considerados astros de razonable tamaño, mientras el resto son pequeños y, en muchas ocasiones, de forma irregular. El mayor de todos es Ganímedes que, junto con Calixto y Titán, son más grandes que el planeta Mercurio, rebasando todos ellos los 5.000 kilómetros de diámetro. Un segundo grupo, que oscila alrededor de los 3.000 km. de diámetro, está formado por la Luna, Ío, Europa y Tritón. Ya menores, entre los 1.000 y los 1.500 kilómetros, están Rea, Japeto, Tetis, Dione, Ariel, Umbriel, Titania, Oberón y Caronte. El resto son pequeños y muchos de ellos de forma irregular, no pasando en ocasiones de unos pocos kilómetros de longitud mayor.

En cuanto a sus órbitas, éstas pueden ser muy variadas. Los dos satélites de Marte y Caronte orbitan a muy corta distancia de sus respectivos planetas, a diferencia de lo que ocurre con la Luna. Los sistemas de satélites de los cuatro planetas gigantes son muy complejos, aunque por lo general se pueden clasificar en tres grupos principales. El primero está formado por satélites de pequeño tamaño cercanos al límite de Roche, algunos de los cuales (los satélites pastores) discurren incluso por el interior de los anillos. Un caso extremo es de los satélites coorbitales de Saturno, Jano y Epimeteo, cuyas respectivas órbitas tienen radios que se diferencian en una cantidad inferior al tamaño de los dos astros, entre 130 y 200 kilómetros, pese a lo cual ambos no chocan entre sí al intercambiar periódicamente sus respectivas posiciones, retrasándose el que ocupa la órbita interior, más rápida, al tiempo que se acelera el que ocupa la órbita exterior, más lenta, y así sucesivamente cada cuatro años. Este fenómeno tan singular provocó inicialmente confusión entre los astrónomos, ya que mientras Jano fue descubierto telescópicamente desde la Tierra en 1966, Epimeteo lo fue por la sonda Voyager 1 en 1980, no estando nada claro en un principio cual de ellos era cada uno.

Un segundo grupo lo constituyen los satélites principales, de gran tamaño en relación con los anteriores y situados a mayor distancia del astro central. Los integrantes del tercer y último grupo son los satélites exteriores, también llamados irregulares por describir órbitas muy excéntricas y con una gran inclinación sobre el plano del ecuador del planeta -el equivalente a la eclíptica en los planetas-, orbitando además a unas distancias muy superiores, del orden de las varias decenas de millones de kilómetros. Muchos de ellos son además retrógrados, es decir, giran en sentido inverso al que es habitual en la mayoría de los cuerpos del Sistema Solar. Por lo general suelen ser de pequeño tamaño y forma irregular, siendo muy pocos los que rebasan el centenar de kilómetros de longitud máxima: Himalia, de Júpiter (170); Febe, de Saturno (230); Sycorax, de Urano (190) y Nereida, de Neptuno (340). El resto no excede de algunas decenas de kilómetros, e incluso menos.

Dadas las características tan peculiares de sus órbitas, se supone que no se trata de cuerpos formados a la par del planeta central, como ocurre con el resto de los satélites, sino de asteroides capturados. En ocasiones varios de ellos presentan órbitas similares que permiten agruparlos en familias, lo que parece indicar una procedencia común a partir de un cuerpo original fragmentado en varios pedazos.

Un caso peculiar es el de los cuasi satélites. Se denomina así a los objetos del Sistema Solar que, sin ser satélites de un planeta, presentan una resonancia orbital 1:1 en relación a éste. Aunque los períodos orbitales del planeta y el cuasi satélite son por esta razón idénticos, la mayor excentricidad de la órbita del último hace que, a diferencia de los troyanos, ambos cuerpos describan trayectorias distintas en torno al Sol, trazando el cuasi satélite una complicada danza en torno al planeta que los astrónomos han denominado órbita de herradura debido a su forma. Aunque la posibilidad de un choque entre el planeta y el cuasi satélite es nula (coloquialmente hablando se podría decir que juegan al gato y al ratón, sin que el primero llegue nunca a atrapar al segundo) esta situación no es estable desde un punto de vista dinámico, por lo que pasado cierto tiempo el cuasi satélite tiende a adoptar otros tipos de resonancia orbital que le alejan del planeta vecino. Los cuasi satélites conocidos son asteroides de tamaño minúsculo, poco más que meteoritos de regular tamaño. Se han detectado tres de ellos orbitando en torno a la Tierra, Cruithne (nº 3.753 del catálogo) y otros dos todavía sin nombre oficial, y Venus también cuenta con otro.


Publicado el 19-9-2009
Actualizado el 24-2-2019