Denominaciones astronáuticas
Al igual que ocurre con los cuerpos celestes, las denominaciones astronáuticas tienen un origen variado y, en ocasiones, pintoresco. Una buena parte de los objetos lanzados al espacio por los norteamericanos (cohetes impulsores, satélites artificiales, sondas y cápsulas tripuladas) adoptaron nombres mitológicos o astronómicos: Thor, Titán, Atlas, Agena, Saturno V, Mercurio, Géminis, Apolo, Ulises.
En otros casos, los nombres corresponden a personajes reales, generalmente vinculados a la astronomía o la ciencia, tales como Galileo, Cassini, Magallanes, Hubble o Hiparco; a nombres femeninos (Clementine, Sojourner) o pueblos históricos (Viking).
Un segundo grupo de aparatos fueron bautizados no con nombres propios, como los anteriores, sino con adjetivos alegóricos alusivos a sus misiones: Pioneer (Pionero), Ranger (nombre de una policía rural norteamericana de difícil traducción), Voyager (Viajero), Explorer (Explorador), Mariner (Navegante), Surveyor (Vigilante, o Prospector), Vanguard (Vanguardia), Challenger (Retador), Discovery (Descubrimiento), Pathfinder (Rastreador). Más contundentes resultan los términos Deep Impact (Impacto profundo), Deep Space (Espacio profundo) o New Horizons (Nuevos horizontes).
En algunas ocasiones los nombres de los vehículos espaciales siguen la tradición marinera de recordar naves anteriores, como es el caso del Enterprise (Empresa, o Iniciativa), el prototipo de la lanzadera espacial, llamado así en homenaje a la serie Star Trek, o el del Endeavour (Esfuerzo), nombre del barco del capitán Cook.
Otras veces los responsables de la NASA no se complicaron demasiado la vida, limitándose a describir el objeto en cuestión: Skylab (Laboratorio celeste), Spacelab (Laboratorio espacial), Mars Observer (Observador de Marte), Mars Global Surveyor (Prospector global de Marte), Mars Climate Orbiter (Vehículo orbital para el estudio del clima de Marte), Mars Polar Lander (Vehículo de aterrizaje en el polo de Marte).
Por último, y ya en el último extremo de la comodidad, no faltaron los casos en los que se limitaron a utilizar los acrónimos formados con las iniciales de las palabras que definían la misión, a veces eso sí un tanto rebuscados para conseguir que coincidieran con alguna palabra conocida: Soho (Solar and Heliospheric Observatory, Observatorio solar y heliosférico), Near (Near Earth Asteroid Rendezvous, Cita con un asteroide cercano a la Tierra), COBE (Cosmic Background Explorer, Explorador del ruido de fondo cósmico).
Los rusos, por su parte, alternaron algunos términos alegóricos como Mir (Paz), Soyuz (Unión), Salyut (Saludo), Vostok (Este) o Progress (Progreso) con otros de lo más prosaico: Sputnik significa, simplemente, Satélite; Zond, Sonda. Los nombres de los cohetes impulsores Protón y Energía, o el de los satélites Elektron no necesitan siquiera ser explicados, mientras que Lunajod quiere decir, en traducción bastante libre, Vehículo lunar todoterreno. Eso, claro está, cuando no se limitaron a utilizar unas simples siglas, como ocurrió con los cohetes N-1 y R-7 o con la cápsula TKS.
En algunos casos recurrieron también a la astronomía: Lunik (Luna), Venera (Venus), Mars (Marte) o Fobos, sin olvidarnos de la larga serie de satélites Cosmos. Más imaginativos fueron los nombres de su frustrado transbordador espacial, Buran, que significa Tormenta o Tempestad de nieve, de sus estaciones espaciales militares Almaz (Diamante), o de algunos módulos de la Mir tales como Kristall (Cristal) o Priroda (Naturaleza), o de la Estación Espacial Internacional: Zarya (Amanecer), o Zvezda (Estrella).
Los europeos han seguido, por lo general, criterios bastante similares a los de sus colegas norteamericanos. Las sondas Huygens y Giotto fueron dedicadas respectivamente al astrónomo que estudió Saturno y al pintor renacentista que reflejó en uno de sus cuadros al cometa Halley, mientras el carguero espacial Jules Verne honra la memoria de este conocido escritor francés. La sonda Rosetta, por su parte, recuerda a la famosa inscripción que permitió descifrar el alfabeto jeroglífico egipcio. Otros, como el cohete lanzador Ariane (Ariadna), el frustrado transbordador espacial Hermes o el satélite de comunicaciones Artemis optaron por la mitología clásica. Tampoco faltan los acrónimos como Eutelsat e Hispasat, o simplemente las siglas: GEOS (Geostationary Earth Orbit Satellite, Satélite geoestacionario orbital de la Tierra) o ISO (Infrared Space Observatory, Observatorio espacial infrarrojo).
Japón, con una reciente pero ya importante industria astronáutica, combina nombres que a los oídos occidentales suenan exóticos (Hayabusa, o Halcón peregrino; Hinotori, o Fénix; Nozomi, o Esperanza) con siglas del tipo H-IIA o J-1.
Aunque el principal cohete lanzador chino ostenta el poco literario -pero sin duda propagandístico- nombre de Larga Marcha, otros vehículos espaciales de este país han sido bautizados de forma más poética, como es el caso de la sonda lunar Chang'e, llamada así en honor de la diosa china de la Luna, la cápsula espacial Shenzhou, traducible como Barco celestial, o la fallida sonda marciana Yinghuo-1 (Luciérnaga).
La India, por último, cuenta con la sonda Chandrayaan(Vehículo lunar en sánscrito), pero también con los mucho más pragmáticos Insat, Polar Satellite Launch Vehicle (Vehículo lanzador de satélites polares) y Geosynchronous Satellite Launch Vehicle (Vehículo lanzador de satélites geosincrónicos).
Pero sin duda, el nombre más exótico de toda la historia de la astronáutica es probablemente el de la sonda Uhuru, lanzada al espacio en diciembre de1970 desde la costa de Kenia y cuyo nombre, en swahili, significa Paz.
Publicado el 6-11-2008
Actualizado el 27-1-2014